domingo, 9 de mayo de 2010


CÓMO CAYÓ FERDINAND MARCOS

Corría el año de 1983 cuando el avión que regresaba a Filipinas al opositor de Ferdinand Marcos, Benigno Aquino, tocó tierra en el Aeropuerto Internacional de Manila. Estando aún en el avión, los periodistas se internaron en la nave para entrevistar al mayor líder opositor de la dictadura filipina. En una fugaz entrevista dada para la televisión, grabada en video, a Benigno le preguntaron si estaba consciente del peligro que corría su vida a partir del mismo instante en que bajara las escalinatas y pisara suelo nacional. La respuesta de Aquino fue afirmativa. Dijo que su vida era el precio que en todo caso pagaría por la libertad de su patria.

En efecto, apenas pisó suelo filipino, Benigno Aquino fue ametrallado por un sicario enviado por el hombre fuerte de Filipinas, FERDINAND MARCOS. Murió instantáneamente con una ráfaga en la cabeza… e igual suerte corrió su victimario casi simultáneamente, como para no dejar rastros intelectuales.

Ferdinand Marcos había nacido en Sarrat (Filipinas) el 11 de septiembre de 1917. Sirvió en la II Guerra Mundial al lado del ejército norteamericano y fue electo presidente constitucional de Filipinas en 1965, siendo reelegido para continuar al frente del gobierno en 1969. Tuvo que afrontar una incesante confrontación civil contra las guerrillas comunistas y musulmanas, suspendió la Constitución en el año de 1972, declaró la ley marcial y, a partir de entonces, gobernó el país de forma dictatorial. La corrupción generalizada y la crisis económica caracterizaron su gobierno, además de la férrea represión criminal en contra de sus opositores.

Asesinado Aquino, el país entró en una fuerte crisis de ingobernabilidad que forzó a Marcos a convocar elecciones para 1985. La viuda de Benigno, Corazón, tomó la antorcha de la oposición y se lanzó como candidata en contra del usurpador del poder que llevaba veinte años al frente del gobierno filipino y trece como dictador respaldado por su ejército y por el gobierno de Estados Unidos.

Luego de una evidente victoria de Corazón Aquino, Ferdinand Marcos se declaró ganador… pero el pueblo filipino no se lo caló. Con el apoyo de la Iglesia y en especial del Cardenal Sin, los filipinos se aprestaron a reclamar el derecho de todo pueblo a ser libre. En consecuencia – en vez de estar guaraleando, posponiendo lo inevitable, tratando de demostrarles a las veinte mil vírgenes que hubo fraude – el pueblo salió a las calles en una especie de “guarimba espontánea”. No hubo tregua para el régimen durante más de una semana. Las protestas en total desobediencia y resistencia civil no se llevaron a cabo con serpentina, carrozas, caravanas, ni montando bicicletas en ciclomarchas. Los miles y miles de “protestantes” no tocaron pitos ni raca-racas, tampoco lanzaban serpentinas al aire ni disfrazaban a sus perros o monos con la bandera de Filipinas. Las mujeres filipinas no salieron a las calles para mostrar sus ombligos ni pintorreteadas con los colores de ese país. No hubo juegos de futbolito con los partidarios de Marcos ni se recogieron firmas ni re-firmas. Aquellos filipinos no se “pararon en artículo” porque estaban definitivamente decididos y comprometidos a no dejarse quitar la victoria. Nadie le echó las culpas a ningún “carter” o “gaviria” que hubieran podido o no ratificar la trampa. La culpa se la echaron a Ferdinand Marcos y se lanzaron a las calles con la determinación de no regresar a sus casas hasta que el dictador fuera depuesto.

Siendo centenares de miles de filipinos y filipinas guarimbeando en las calles al UNÍSONO y de manera GENERALIZADA en todo el país y en especial en Manila, parte de ese mismo ejército que había apañado las vagabunderías de Marcos, al ver que era imposible aplacar a los manifestantes a lo largo y ancho de toda Filipinas, decidió retirarle el apoyo a Marcos y tomar posiciones de desafío total y frontal.

Cuando la merma de la energía del pueblo filipino se hizo evidente, el Cardenal Sin logró auparlo para que mantuviera su posición de RESISTENCIA ACTIVA logrando así mantener la llama viva y ardiente en las calles.

Estados Unidos le ofreció a Don Marcos una alfombra roja para que se retirara a contar su inmensa fortuna en la isla hawaiana de Honolulu, donde murió en el exilio el 28 de septiembre de 1989.

En la conferencia organizada por la “Mutual de Cristiana Ayuda Familiar” y dictada por el Dr. Horacio Bojorge en agosto del año 2000, se expuso el tema de la RESISTENCIA ACTIVA filipina en los siguientes términos: en 1985 Filipinas, el único país católico de Asia, vivía el surgimiento de una modalidad distinta de revolución, que reflejaba las ideas de Juan Pablo II sobre la Iglesia en el mundo moderno. Ya desde fines de 1979, la Conferencia Episcopal Filipina intensificaba sus críticas públicas al gobierno del presidente Marcos, cuya actividad represora iba en aumento. En carta pastoral de febrero de 1983 acusaba al gobierno de violación sistemática de los derechos civiles y mala gestión económica, agravada por corrupción en gran escala; también protestaba por el arresto o intimidación de sacerdotes y monjas a causa de su labor por la justicia y advertía a Marcos que sin reformas básicas las tensiones irían creciendo.

A los seis meses, el 21 de agosto de 1983, Benigno Ninoy Aquino, destacado opositor de Marcos que regresaba del exilio, fue asesinado de un tiro en la cabeza en el aeropuerto de Manila al bajar del avión. Un mes más tarde, medio millón de filipinos tomaba las calles como protesta contra el régimen. El 27 de noviembre, día en que Aquino hubiera cumplido cincuenta y un años, la conferencia episcopal publicó otra carta donde subrayaba la reconciliación como principal requisito de un verdadero cambio social.

Los primeros meses de 1984 fueron de constante ebullición. En julio, otra carta de la Conferencia Episcopal reflexionaba sobre el asesinato de Aquino como ejemplo de una cultura de violencia instalada por Marcos e insistía en la conversión y reconciliación como única vía de cambio social.

En octubre una comisión independiente concluyó que Benigno “Ninoy” Aquino había sido asesinado por una conspiración militar. En enero de 1985 fueron acusados veinticinco responsables, entre ellos el general Fabián Ver, jefe del Estado Mayor. En Julio, la conferencia episcopal condenaba en un mensaje “el creciente recurso a la fuerza para dominar a la gente, una alarmante realidad que nosotros los pastores no podemos ignorar”.

En septiembre hubo nuevas manifestaciones contra Marcos. El 3 de noviembre, Marcos aceptó celebrar elecciones a principios de 1986. El Cardenal Sin y sus obispos auxiliares recordaron el deber del voto. El 19 de enero se publicó un alerta contra la intención del fraude electoral: “un acto gravemente inmoral y anticristiano”. Así fue. El 7 de febrero, las elecciones fueron fraguadas y Marcos arrebató el triunfo a su opositora, la viuda Corazón Aquino. La conferencia episcopal, sin pelos en la lengua, denunció el fraude sin antecedentes, afirmaba que un gobierno así elegido no tiene base moral y sostenía que el pueblo filipino tenía la obligación de corregir la injusticia de que había sido víctima “por medios pacíficos no violentos, a la manera de Cristo”.

A pesar de que en la Secretaría de Estado del Vaticano reinaba un gran nerviosismo, el cardenal Sin y sus obispos, sin reclamar ni esperar el apoyo de la Santa Sede, tuvieron la valentía de seguir con su campaña, declarar moralmente ilegítimo el gobierno de Marcos e invitar al pueblo filipino a tomar medidas no violentas.

El 16 de febrero, durante una misa para la victoria del pueblo celebrada ante un millón de fieles, la viuda de Aquino, Corazón Aquino, hizo un llamado a una campaña de resistencia no violenta contra el régimen que la radio católica Veritas retransmitió a todo el país. Seis días más tarde, el ministro de la Defensa y un general, segunda autoridad del Estado Mayor, rompieron con Marcos y se atrincheraron en dos puntos. Los insurrectos se pusieron en contacto con el Cardenal Sin y le pidieron ayuda pues estaban ciertos de que sus posiciones serían atacadas. El Cardenal Sin les preguntó si apoyarían a Cory Aquino como presidenta electa. Le dieron garantías de que sí. El Cardenal Sin fue a la Radio Veritas y llamó “a todos los hijos de Dios” para que fueran a los campamentos y protegieran al ministro de Defensa rebelde, al General y a las tropas leales.

La ancha avenida Epifanio de los Santos, que unía ambas bases rebeladas, se convirtió en el escenario de la revolución. Durante tres días cientos de miles de filipinos desarmados llevaban rosarios, flores y alimentos a los tanques con los que Marcos amenazaba a los rebeldes, formando un gran escudo humano entre las tropas del gobierno y los campamentos. Jóvenes y viejos, laicos, religiosos, sacerdotes, de todas las clases sociales, todos acudieron a la avenida revolucionaria. Los que durante años habían vivido en el conformismo tenían la ocasión de convertirse en resistentes no violentos.

Se recordará cómo todo este proceso terminó en la salida de Marcos al exilio y la subida al poder de Cory Aquino. Y se recordará a esta viuda devota del Corazón de María dirigiendo el Rosario con las muchedumbres.

Juan Pablo II aprobaba al Cardenal Sin y a los católicos filipinos. En situaciones como la de Polonia y Filipinas, los pastores tenían la obligación moral de defender la dignidad humana de los estragos y atropellos a sus derechos de unos gobiernos malvados. Esa defensa tenía consecuencias públicas y, a decir verdad: políticas, pero no era una toma de partido en el sentido de que la Iglesia se erigiese en alternativa dentro del juego del poder. Se trataba de una toma de partido a favor de un cambio en el propio juego.

Como podrá ver el lector, las condiciones objetivas se fueron creando poco a poco en Filipinas, producto de un proceso de deterioro y de la persistencia de un dictador por mantenerse en el poder, a costa de cualquier precio. No fueron los políticos filipinos los que recuperaron la libertad. No fue un determinado partido que logró el objetivo de sacudirse a Marcos para siempre. Fue la determinación de todo un pueblo guiado por un puñado de líderes que poco tenían que ver con política pero decididamente comprometidos con la libertad y la democracia, aún a costa de sus propias vidas.

Tampoco fue el pueblo quien directamente tumbó a Ferdinand Marcos, pero sin la participación de la sociedad civil como un ente vivo, no hubiera sido posible sacarlo del poder. La sublevación – no violenta – del pueblo, sirvió como espoleta para una implosión militar… porque pareciera ser cierto el viejo refrán venezolano que asegura que “pueblo no tumba gobierno.”

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